sábado, 27 de agosto de 2016

Alejandra Pizarnik: una poeta de vida corta e intensa



Alejandra Pizarnik perteneció y representó al surrealismo poético y tuvo una vida breve pero intensa. Fue libre, para nada tradicional; decidió ser dueña de su vida y también de su muerte. Su precoz final terminó de convertirla en una de las autoras más importantes de Argentina. La poeta maldita argentina, dejó una huella imborrable en nuestra literatura y en nuestra cultura.
“He nacido tanto, he doblemente sufrido en la memoria de aquí y de allá”, y así pisó esta vida Flora Pizarik Bromiquier. Nacida en Avellaneda el 29 de abril de 1936 e hija de inmigrantes judíos, de ojos expresivos y melancólicos, sacando el dolor que sintió desde las entrañas, logró forjarse a sí misma como la gran escritora que fue.



En su infancia tuvo problemas para poder hablar, ya que tartamudeaba, tenía asma, acné y hasta tendencia a subir de peso. Problemas que influirían en su personalidad durante toda su vida.
En 1954 tomó cursos de Periodismo, Filosofía y Literatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires pero nunca los finalizó. Sus fuentes de inspiración vinieron de la mano de Antonio Porchia y los poetas malditos: Arthur Rimbaud y Stéphane Mallarmé. Ellos fueron quienes volcaron al surrealismo.
“La tierra más ajena” (1955) y “La última Inocencia” (1956), fueron obras dedicadas a su psicoanalista León Ostrov. En éstas y casi todas sus obras se ven plasmadas las inquietudes de la escritora. Las más recurrentes eran sus problemas de autoestima, la preocupación constante por el amor y el desamor, y el deseo de irse de este mundo. Siempre dejó entrever que no era una persona que se sintiese parte de esta existencia y así lo sostuvo: “Simplemente no soy de este mundo, habito con frenesí la luna”.




lunes, 4 de enero de 2016

La primera

Salió caminado, estaba entrando en el pasillo cuando lo vio sentado. Solamente esbozó un hola que casi ni se escuchó. A diferencia de ese “Hola”, él no respondió. La miró de arriba abajo y se detuvo en las caderas de ella, siguió deteniéndose también en la curvatura que le nacía entre los hombros y el cuello, para quedarse unos segundos en los labios y morir por unos segundos eternos en la boca de ella. Llegó a los ojos, se quedó mucho tiempo mirándola a los ojos, ella se sintió avasallada e invadida. Nerviosa bajó la mirada y siguió caminando y subió las escaleras mientras él seguía mirando inquisitivamente.
Cuando pasó esto no había nadie alrededor, entró al baño y se miró al espejo, estaba roja y el corazón lo tenía en la boca. Calculó el tiempo para bajar y lo hizo. Todavía no había nadie ahí, y él seguía sentado. Lo miró e intentó sostenerle la mirada, como quien mide fuerzas con otro y los ojos negros de él ahora eran dos pupilas enormes dilatadas. De nuevo la recorrió con la mirada pero cuando sus ojos se encontraron con los de ella, la lucha empezó. Ella caminaba y lo miraba, él le sostenía la miraba, como queriendo decir algo que creo que ni él sabía que era.
No era la primera vez que la miraban así, es algo muy común ese intercambio de miradas, en el subte, en el colectivo, en la calle, en un parque…Era la primera vez que sabía que él la miraba así, por eso se le había disparado el corazón. Siguió caminando y mirándolo de reojo, él inmóvil, la desnudaba con una elegancia osada que logró que ella apurara el paso. Entró donde estaban las demás personas. –¿Estás bien?, le preguntó una amiga que la notó rara. Sí, dijo ella aún nerviosa. -Estoy un poco mareada, le dijo y se sentó. Cuando se fijó la hora en el celular sólo habían transcurrido 6 minutos desde que fue al baño y volvió, pero habían parecido 30.