Salió caminado, estaba entrando en el pasillo cuando lo vio sentado.
Solamente esbozó un hola que casi ni se escuchó. A diferencia de ese “Hola”, él
no respondió. La miró de arriba abajo y se detuvo en las caderas de ella,
siguió deteniéndose también en la curvatura que le nacía entre los hombros y el
cuello, para quedarse unos segundos en los labios y morir por unos segundos
eternos en la boca de ella. Llegó a los ojos, se quedó mucho tiempo mirándola a
los ojos, ella se sintió avasallada e invadida. Nerviosa bajó la mirada y
siguió caminando y subió las escaleras mientras él seguía mirando
inquisitivamente.
Cuando pasó esto no había nadie alrededor, entró al baño y se miró al
espejo, estaba roja y el corazón lo tenía en la boca. Calculó el tiempo para
bajar y lo hizo. Todavía no había nadie ahí, y él seguía sentado. Lo miró e
intentó sostenerle la mirada, como quien mide fuerzas con otro y los ojos
negros de él ahora eran dos pupilas enormes dilatadas. De nuevo la recorrió con
la mirada pero cuando sus ojos se encontraron con los de ella, la lucha empezó.
Ella caminaba y lo miraba, él le sostenía la miraba, como queriendo decir algo
que creo que ni él sabía que era.
No era la primera vez que la miraban así, es algo muy común ese
intercambio de miradas, en el subte, en el colectivo, en la calle, en un parque…Era
la primera vez que sabía que él la miraba así, por eso se le había disparado el
corazón. Siguió caminando y mirándolo de reojo, él inmóvil, la desnudaba con
una elegancia osada que logró que ella apurara el paso. Entró donde estaban las
demás personas. –¿Estás bien?, le preguntó una amiga que la notó rara. Sí, dijo
ella aún nerviosa. -Estoy un poco mareada, le dijo y se sentó. Cuando se fijó
la hora en el celular sólo habían transcurrido 6 minutos desde que fue al baño
y volvió, pero habían parecido 30.